Matar a la mascota de la pareja, otra nueva forma de violencia machista

Doménico Chiappe COLPISA

SOCIEDAD

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Hasta hace poco este tipo de ataques era invisible para la ley, pero ahora empiezan a registrarse sentencias

20 abr 2024 . Actualizado a las 13:53 h.

El perro de raza pomerania comenzó a ladrar cuando su dueña era agredida por su pareja. «¡Solo me faltaba el perro, estoy harto!», dijo el hombre y comenzó a darle patadas y golpes al animal de unos dos kilos de peso. Ella le pidió que dejara a su mascota. Él lo alzó y lo tiró contra la pared. Con el perro aturdido, lo cargó y lo llevó al baño, donde lo metió dentro de una bolsa de basura y la llenó de agua, para que se ahogara. La mujer suplicaba. Él cedió por un momento, el suficiente para que ella recuperara a su viejo compañero de diez años, y se lo llevara al comedor, para calmarlo y revisar sus heridas. Pero él, descrito en una sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona como «corpulento», se abalanzó hacia ella. Le arrebató el perro de sus manos y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el suelo. Tan fuerte que le rompió la columna vertebral. La tercera parte de las mujeres que sufren violencia de género tienen una mascota, según datos del Ministerio de Derechos Sociales, y este caso, resuelto hace cuatro meses, es uno de tantos en los que el maltrato animal se entremezcla con la violencia machista.

En aquella ocasión, la denunciante dijo en su testimonio que su mascota chillaba del dolor e intentaba caminar sin lograrlo. La atrocidad cometida por el hombre le apaciguó. A pesar del miedo, ella auxilió al perrito y llamó al veterinario. Él los llevó al servicio de urgencia y allí dijo que el pomerania se había caído por las escaleras. Después de la exploración y las radiografías, el veterinario no le creyó. En su informe dejó claro que el grave trauma medular era consecuencia de la paliza recibida. El animal tuvo que ser sacrificado. Las lesiones eran incompatibles con la vida, aseguró el veterinario.

Hasta hace poco este tipo de ataques era invisible para la ley. «Con la reforma del Código Penal empiezan a salir sentencias de casos de violencia de género con maltrato de animales, que antes ni se investigaban aunque la víctima relatara que vivía con alguna mascota», afirma Núria Querol, presidenta del Observatorio de Violencia hacia los Animales e investigadora de conducta criminal en la Universidad de Barcelona. «Supone un sufrimiento extraordinario para la mujer y, si hay menores, también para ellos. Además es un factor de riesgo que evaluamos, como la tenencia de armas, las agresiones a parejas previas o el consumo de alcohol».

 Ese día, la mujer también tenía las huellas de los golpes en las mejillas, los brazos, las piernas y la espalda, según consta en el reporte que apuntaló la denuncia. No era la primera vez que sufría tales abusos pero sólo se atrevió a romper el silencio con la agonía de su perro. «El denunciado habría llevado a cabo una situación de maltrato físico y psíquico hacia la denunciante, que recientemente ha sufrido por la muerte de su animal provocada por su pareja sentimental», concluyó el juzgado. Esa pérdida «tiene un alto componente emocional» y tenía un único objetivo: «Atentar contra su integridad moral y tranquilidad».

Siempre en un contexto de violencia machista, la crueldad animal tiene distintas manifestaciones. Este año, por ejemplo, un hombre degolló a la mascota de su pareja, un conejo blanco, la cocinó y la sirvió. A ella la había obligado a sostenerlo por las patas mientras le cortaba el cuello e intentó que lo comiera, bajo amenaza de apuñalarla. Ocurrió en Valencia, en febrero. Un mes más tarde en Málaga, otro sujeto mató a golpes al perro de la familia mientras agredía a su expareja. Pero los desenlaces fatales son sólo la «punta del iceberg», coinciden los entrevistados.

Demostrar el daño hacia el animal, para que un juez no tenga dudas de la veracidad de la acusación, es tarea ingrata. «Ganamos un 25 % y son archivadas un 75 % de las denuncias», calcula Alfon Bañeres, fundador y presidente de la navarra Asociación Veterinaria Basati, a partir de la experiencia acumulada en dos décadas. Los informes periciales que elabora son crudos, con fotografías de las autopsias.

Entre la documentación que llega al juez está, por ejemplo, la que explicaba la muerte de un gato «de raza común europea, de color negro», que estaba en «buen estado corporal». Primero se hizo una inspección exterior y sólo se vio una «fractura reciente de canino». Sin embargo, «a los animales no les salen hematomas, son víctimas mudas», dice Bañeres, autor de este documento. «Los golpes no siempre son evidentes, como se podría pensar. Pueden pasar desapercibidos». Así que el siguiente paso consiste en una «apertura del cadáver». Es entonces cuando se aprecia la causa de fallecimiento: hemorragia en «todo el abdomen» y ambos riñones «descolgados de forma traumática». Los golpes formaron coágulos también en las «paredes costales» y los pulmones. La muerte «extremadamente dolorosa» se debió a «una agresión intencionada y reiterada» durante bastante tiempo.

En el estudio Violencia doméstica y maltrato animal en España: investigación cooperativa entre profesionales sanitarios y fuerzas del orden, se encontró que dentro de un hogar donde se agredía a las mascotas el 90 % de las víctimas eran mujeres, que padecían agresiones físicas y psicológicas, incrementadas por el daño a sus animales. Esa «coexistencia de violencia interpersonal y maltrato animal» en un contexto de violencia de género (en que el agresor es la pareja de la dueña del animal), sucede en ocho de cada diez de estos casos analizados. «El repertorio para dañar a la mujer a través de su mascota es amplísimo», explica Querol, autora de la investigación presentada en la Convención Anual de la Sociedad Americana de Criminología (Estados Unidos). «Desde situaciones pasivas, como no darle comida o cobijo, hasta obligar a la dueña a ver situaciones de violencia sexual hacia el animal. Las víctimas sienten que no han sido capaces de hacer algo para ayudarlo».

Los castigos más frecuentes son los golpes (57 %) y gritos que aterrorizan al animal (66 %), y pueden acabar en abandono en uno de cada cuatro casos o en la muerte en uno de cada cinco, causadas por asfixia, ahogamiento o disparos, además de las palizas, según Querol. Si la mascota continúa en el hogar, puede desarrollar fobias y agresividad.

Cárcel emocional

El cariño hacia la mascota puede servir también para confinar aún más a la mujer, impedirle salir del circuito de violencia. «Los animales dejan de ser seres vivos para convertirse en una herramienta de abuso del agresor, lo que complica aún más la situación para la víctima», sostiene Eloi Sarrió, abogado y criminólogo que dirige Aboganimal. «Ella puede tener dificultades adicionales para dar el paso de salir de la casa o buscar ayuda, debido a su legítimo temor por la seguridad de su animal de compañía. El perro o el gato, que adora, es una parte fundamental de su familia, y su pareja la amenaza con dejar de alimentarlo, no llevarle al veterinario, meterlo al microondas o a la lavadora, cocinarlo y comerlo, abandonarlo, dárselo a alguien o matarlo de la forma más horrible posible. Todo para conseguir que haga ciertas cosas o que no le abandone».

Por ejemplo, cuando una mujer con dos mascotas, el perro Danko y la gata Nala, huyó de la casa donde el hombre la amenazaba, dejando a sus dos animales allí. Su pareja aseguró que tiraría por la ventana a Nala si no volvía. A Danko lo echó a la calle, según la sentencia del Tribunal Supremo sobre este caso sucedido en Cataluña. Son situaciones «dramáticas». Las víctimas con este profundo apego son «sobre todo personas sin ningún familiar en España, que sólo tienen al animal», mantiene Bañeres. «No puede dejarlo con el maltratador porque él volvería a ejercer violencia contra su mascota».

En la «mayoría de los servicios de acogida y emergencia» no se permite la entrada de animales de compañía, admite el Ministerio de Derechos Sociales, que ha creado el VioPet, para «gestionar espacios seguros» para las mascotas y que las víctimas de violencia de género puedan dar el paso de liberarse. Atendió el primer año a 300 mujeres y cuenta con una red actual de 800 plazas. Para refugiarse allí no hace falta denunciar a la pareja. Tampoco hay que morir por la mascota.

Aunque alguien crea querer a su mascota como a un hijo, los tribunales han sido enfáticos en que su muerte, aunque sea brutal, no se equipara al asesinato de un menor en manos de su padre. La crueldad contra un animal de compañía para hacer daño a su dueña, a veces con un resultado mortal, no puede llamarse violencia vicaria.