Los monjes recién aterrizados en Santiago que maravillan con sus cánticos fuera del convento y logran eco nacional

O.S. SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Hermanos Carmelitas

Sus rezos y cánticos, acompañados de una flauta o unas maracas, llaman la atención de compostelanos y peregrinos, que se detienen a contemplarlos. Los monjes, que tomaron el relevo en el convento de las Madres Carmelitas Descalzas, también relatan su día a día en Instagram

18 abr 2024 . Actualizado a las 14:25 h.

Hace tan solo un mes y medio que aterrizaron en Santiago, pero la presencia de los Hermanos Carmelitas Contemplativos ya no pasa desapercibida en la ciudad. Los rezos fuera y los alegres cánticos de los siete monjes que llegaron a Compostela desde Colombia para fundar una comunidad en el antiguo convento de las Madres Carmelitas Descalzas -una práctica que se afianzó en los últimos días de buen tiempo-, ya llama la atención de vecinos y peregrinos, convirtiéndose en un nuevo reclamo turístico. «Con ello intentamos dinamizar la liturgia, así como fortalecer nuestra vida familiar en otros espacios, como puede ser en el atrio del convento. Rezar el rosario allí es una experiencia muy bonita», señala el Hermano Jesús Mateo, sobre una manifestación pública de fe que ya ha logrado eco mediático nacional.

Los Hermanos Carmelitas Contemplativos llegaron a Compostela a principios de marzo. «Aterrizamos aquí cuando aún hacía frío fuera, algo a lo que no estábamos habituados al venir de Colombia, pero la acogida ha sido muy cálida», agradece el Hermano Jesús Mateo, el monje más joven de una comunidad de siete. «Yo tengo 26 años; el mayor, 40», aclara sobre un factor que, admite, también ha influido en otra de las características, la de ser muy activos en redes sociales, por las que también se les pregunta.

«Creemos que la vida contemplativa no impide estar en las redes. Queremos estar inmersos en la sociedad, llegar a los más jóvenes. Por eso, y desde un móvil comunitario -solo el prior tiene uno personal- tratamos de recoger en ellas nuestras vida contemplativa», señala, aludiendo a unas activas cuentas en Facebook e Instagram, en las que, con imágenes y vídeos, muestran desde sus primeros paseos por Compostela hasta su quehacer o vida monástica diaria.

«La clausura de las Madres Carmelitas Descalzas era papal, más exigente; la nuestra es monástica, es decir, tenemos contacto y acceso directo con personas. Los primeros días quisimos conocer Santiago, y por eso salimos la ciudad, pero eso sí que no es lo común», aclara el Hermano Jesús Mateo, ahondando en la sorpresa que sus cánticos en el exterior, de ritmos más actuales -«pero que invitan igualmente a la meditación»- y que acompañan de instrumentos como una guitarra, una flauta travesera o unas maracas, provoca en el entorno de las rúas de San Roque y Santa Clara. «Nos parece curioso que eso llame la atención porque para nosotros ya era una práctica habitual en Colombia. Los rezos y cánticos en el exterior no son diarios. Depende del tiempo...», razona, señalando que los realizan dirigiéndose a la imagen de la Virgen del Carmen, que preside la fachada de la iglesia conventual.

Fue en esa zona exterior donde, durante la reciente Semana Semana, los monjes celebraron parte de su liturgia, como la bendición del fuego durante la Vigilia Pascual del Sábado, algo también reflejado en sus redes,

«Queremos abrir de la comunidad al exterior. Uno de nuestros cometidos es ser sanadores del alma. Queremos consolar a través de las acogidas, también a los peregrinos. Poco a poco intentamos que los feligreses nos conozcan», apunta, aclarando que, tras el período actual de adaptación, será en mayo cuando ya tienen previsto ampliar actos y horarios. Más allá de los rezos y meditaciones diarias, y de las eucaristías de los sábados a las 18.30 y de los domingos a las 12.00 horas, entre lo ya previsto figura, los jueves a las 20.00 horas, la que conocen como Hora Santa -«un momento de adoración en compañía de Jesús Eucaristía»-, así como, los sábados a las 17.30 horas, una «Lectio Divina», un espacio para la meditación.

«Aún nos estamos adaptando», admite, aludiendo también al propio convento en el que habitan desde marzo, un recinto del siglo XVIII. «En Colombia no hay casi monasterios… Para nosotros el cambio conllevó en cierta forma transportarnos en el tiempo, pero estamos felices. El silencio del monasterio para nosotros también es muy importante», constata.