Cuando el día no llega para preparar un examen: «Salía de la Conchi a las seis de la mañana, pasaba por casa e iba de reenganche a la facultad»

C. N. SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

De izquierda a derecha, María, Lara y Valentina, estudiantes de último curso en la USC. Las tres coinciden en que, para memorizar, se concentran mejor por las noches.
De izquierda a derecha, María, Lara y Valentina, estudiantes de último curso en la USC. Las tres coinciden en que, para memorizar, se concentran mejor por las noches.

Con los finales del segundo cuatrimestre a la vuelta de la esquina, las aulas de estudio de Santiago comienzan a aplicar sus horarios extendidos. Los universitarios que aprovechan hasta las tres, cuatro o incluso cinco de la mañana, explican sus jornadas memorizando: «Cambias las noches de fiesta por noches de biblioteca»

19 abr 2024 . Actualizado a las 11:45 h.

Para entrar en la biblioteca Concepción Arenal, popularmente conocida como la Conchi, todavía no hay que hacer cola fuera. Caminando por sus pasillos ya se ven mesas con folios encima, reservando el sitio para alguien que todavía no ha hecho acto de presencia, pero aún no han comenzado las disputas por sentarse. Aunque la época de exámenes, prevista en el calendario de la USC entre el 16 de mayo y el 11 de junio, todavía no ha comenzado, los universitarios ya empiezan a contar los días. Por eso, a partir del lunes que viene, las bibliotecas aplican su horario extendido. La Conchi abrirá hasta las doce de la noche y Derecho hasta las tres de la mañana, anticipando las jornadas de veinticuatro horas que se instaurarán a partir del día 15 de mayo. Los estudiantes, que aprovechan hasta el último minuto con los codos sobre la mesa, festejan el cambio: ¿Por qué los jóvenes prefieren la noche al día para memorizar?

Cuenta Valentina que, para aguantar despierta tarde y noche en período de exámenes, recurre a la cafeína, unas cinco tazas de media que no solo toma durante el día. Si la jornada de estudio se extiende hasta la madrugada y nota que le entra el sueño, se hace un café más. «A veces, al tomarlo calentito, me hace el efecto contrario», explica esta joven universitaria refiriéndose al efecto de la tolerancia. Intenta no llegar al límite de las bebidas energéticas, esas que, al acelerarla tanto, tiene que acompañar con una tila. «Sé que no lo debería de hacer, que está fatal, pero cuando ya he tomado mucho café y veo que no hay manera es lo único que queda para continuar», reflexiona. El suyo, aunque parezca extremo, no es un caso aislado. En la misma línea está su compañera Lara, que cursa, como ella, el último año de Xornalismo: «Me encargo de cenar bien y de tomarme un cafecito si la noche va para larga. A mi me gustan con leche, pero cuando estudio para los finales me los hago solos».

Silvia, estudiante del primer año de Ciencias Políticas, explica que, en época de exámenes, a sus cinco cafés diarios le suma uno más a la noche. Cuenta que, desde que hizo bachillerato, es incapaz de trabajar por las mañanas y por las tardes. «Estaba tan saturada que mi capacidad de concentración disminuyó un doscientos por cien», explica. Necesita una biblioteca para poder rendir, porque en su casa no es capaz, pero cuando llegó a la Cochi se encontró con dos problemas: «Primero, que por la tarde hacía de todo menos estudiar. Entre los cafés y los descansos con otras compañeras, la jornada se pasaba volando. Segundo, que si llegaba a las cuatro o a las cinco ya no quedaba ningún sitio libre», continúa esta universitaria matriculada en la UNED. Por eso, como alternativa, comenzó a trasnochar. 

«Voy entre las seis y las ocho y me quedo hasta las tres, cuatro o cinco de la mañana si realmente lo necesito», continúa, explicando a su vez cómo divide el tiempo. «Desde las seis hasta las nueve, más o menos, subrayo los apuntes. Cuando tengo más capacidad de concentración, que creo que es entre las once de la noche y las tres de la mañana, memorizo. Luego, repaso lo aprendido», enumera. Piensa que por la noche tiene menos distracciones a su alrededor y que, con las ganas que tiene de llegar a casa y meterse en cama, siente la presión de cumplir cuanto antes con sus objetivos del día. Ella es una de las tantas universitarias que, noche tras noche, llenan las bibliotecas veinticuatro horas de la USC. Hay quien prefiere madrugar y hay quien se concentra mejor cuando el resto del mundo duerme. Este último grupo es el más numeroso: de todos los estudiantes consultados para elaborar este texto, todos coinciden en que las noches son más productivas.

Universitarios estudiando por la mañana en la Conchi
Universitarios estudiando por la mañana en la Conchi PACO RODRÍGUEZ

Eso sí, el por qué no son capaces de descifrarlo. «No sé, creo que es por nuestro ritmo de vida. Yo estoy acostumbrada a quedarme hasta tarde haciendo cosas y así, al día siguiente, también te levantas más tarde», explica Valentina. «En primero y en segundo de carrera sí que tenía la costumbre más instaurada. Me echaba una siesta a la tarde, estudiaba e iba a los exámenes sin dormir, de reenganche», continúa. Cuenta que ahora está intentando cambiar sus ritmos, y que para terminar su TFG está yendo a trabajar por las tardes a la biblioteca de su facultad. El punto de inflexión fue su Erasmus, donde se acostumbró a los horarios europeos y a hacer las cosas que tenía pendientes por las mañanas. Aún así, si se trata de memorizar, es incapaz de cambiar los ciclos: «Mi cerebro está más activo por las noches, no puedo remediarlo».

Ahora, cuando tiene que recurrir a esta opción, se queda, más o menos, hasta las cuatro de la mañana. Lo mismo hace Lara, que también admite ser incapaz de concentrarse tanto por la tarde como en su casa. Cuando tiene clase, aprovecha para quedarse en la biblioteca de su facultad, en el campus norte y lejos de donde vive. «En época de exámenes necesito aprovechar más el tiempo. Por la mañana y por la tarde voy a cualquiera, mismo a la de la facultad. Luego paso por casa, ceno e intento ir a las aulas de Derecho», continúa, exponiendo además que el único inconveniente que le ve a esos sitios, además de escasear, es que no tiene enchufe. Dependiendo de cómo lleve el temario se queda hasta una hora u otra, pero recuerda que el día que más tarde salió fue a las cinco y media de la mañana. «Tenía examen al día siguiente y dije: ‘Necesito aprovechar esto al máximo'», rememora. «Hubo otra vez en la que ni siquiera fuimos a la biblioteca para no perder ese tiempo. Nos quedamos en casa mis compañeras y yo estudiando toda la noche. Llegó la mañana y dijimos: ‘Bueno, pues ya vamos sin dormir'», continúa. 

Sobre ir de «reenganche» a un examen también habla Laura, estudiante de derecho. Lo hace cuando es una prueba final, más que por estudiar, porque no es capaz de dormir con la presión y los nervios de último momento. «Recuerdo días de ir a estudiar, salir de la biblioteca a las seis de la mañana y. como el examen era a primera hora, pasar por casa, ducharme y caminar ya directamente a la facultad», explica. Por eso, dice que «en época de exámenes cambias las noches de fiesta por noches de biblioteca». Ahora, con mayo a las puertas, comienza esa época en la que una copa a las tres de la mañana se convierte en unos apuntes de Anatomía o de Derecho Constitucional. 

María no estudia por las tardes, solo por las mañanas y por las noches. «Comezo a estudar un mes antes do inicio dos examens, aínda que agora co TFG estou indo á biblioteca un par de días á semana desde fai tempo. Teño ben definidos os meus horarios e sei que os dous picos nos que mais rindo son a mañá e a noite. Comezo de nove a dúas e logo póñome de novo ás nove ou ás dez da noite. Nunca me deito mais tarde das doce, pero cando estou en exames fago unha excepción», explica esta estudiante de último curso de Xornalismo. Cuando se va a casa, a eso de las tres o cuatro, todavía queda gente con los codos sobre la mesa. «Más que a primera hora de la mañana», asegura Lara. 

De poner algún inconveniente al sistema de bibliotecas, todas coinciden en la dificultad de encontrar sitio. En los exámenes hay cola para entrar a la Conchi, Derecho se llena y más tarde de las ocho de la mañana, «a no ser que justo se levante alguien en ese momento, no tienes sitio». «Yo, que estudio en el campus norte, tengo que ir hasta el sur para estudiar en la biblioteca por las noches», explica Silvia, que siempre intenta asegurarse de que vaya alguna amiga con ella para no volver sola a casa. Para cenar, cogen algo en los tantos establecimientos que rodean las bibliotecas en los que venden platos ya preparados para estudiantes, «unos fideos instantáneos o un bocadillo». Lo come en compañía de otros compañeros, que al igual que ella, «también están ahí pringando». «Por lo menos te ríes un poco en los descansos», dice Silvia. Lo último que queda, ya puestos a estudiar, es sacar la parte positiva de esos momentos.