El cabreo de la conselleira

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Brais Lorenzo | EFE

24 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Los políticos son seres humanos, claro, pero cuando un ser humano empieza a hacer política se incorpora a su ADN una sustancia misteriosa. Está el control de la vanidad, que no todos consiguen; el control de la discrepancia, que pocos airean; el control del poder, al que todos aspiran; el control de la adicción a la atención, un monstruo que los devora, y el control de la frustración, ese diablo que medra cuando el jefe te dice hasta aquí hemos llegado.

En general, los políticos guardan las formas entre sus pares, aunque un pillo del asunto como era Pío Cabanillas resumió con finezza lo que de verdad ocurre cuando las aguas bajan revueltas con su exquisita y referenciada máxima «cuerpo a tierra, que vienen los nuestros».

El alma curiosa que me habita habría apostado unos cientos de cíceros por saber qué pasó en el despacho de Alfonso Rueda el día que despidió a Elena Rivo, fugacísima conselleira de Promoción de Emprego, que apenas necesitó diez meses para demostrar que no encajaba. Fue el 12 de abril por la mañana y las cosas no debieron de salir muy bien, porque la profesora ourensana ni fue a la toma de posesión de Rueda, ni volvió al Parlamento más que para entregar su acta. O sea, que Rivo tenía un cabreo fino filipino que no le importó evidenciar, porque veinticuatro horas antes de esa conversación cuyos detalles mataríamos por conocer manejaba sus redes con el entusiasmo que una jerarquía militar como lo es la política requiere. «Parabéns, presidente. Galicia está de en hora boa», escribía en su cuenta de X por encima de una foto en la que Rueda la abrazaba con una voluntad consistente en la que era imposible cheirar un gramo de desacuerdo. Por eso la política es tan adictiva. Porque te pueden besar por la tarde y abandonarte a la mañana siguiente. Como en la vida.