Hamás e Israel: defensa, venganza y también exterminio

Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA Y DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA USC

OPINIÓN

MOHAMMED SALEM | REUTERS

01 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Kant, el ilustre filósofo prusiano, reflexionó pródigamente sobre el mal y sus circunstancias. En buena lógica, su discurso desembocó inevitablemente en la otra orilla: el bien. Como anverso y reverso del universo moral. Aunque este señor fue categorizado como claro precursor del «idealismo» alemán, su obra está llena de referencias terrenales, prosaicas y empíricas. Es decir, prácticas. Bien. Bajemos el balón al terreno de juego, aunque sea al maltrecho césped palestino. Y veamos qué opinaría Kant sobre ese terrible conflicto. Proclaman muchos que el acto terrorista de Hamás es inaceptable, rechazable y odioso. Y a continuación se explayan en consideraciones histórico/contextuales sobre el ayer de este conflicto. El argumento se desliza entonces desde el plano de la «explicación» (el ahora a la luz del antes, el pasado como constructor del presente) al de la «justificación» (ante la vejación judía insoportable, cualquier respuesta tendría cobijo moral). Y así, lo pretenda el comunicante o no, la aprehensión del mensaje por el receptor queda comprometida: sí, pero no; ¿es una condena o no? Kant nos guía para liberar nuestro pensamiento de los yugos sutiles que atenazan insidiosamente tales discursos. Piense usted, diría, si aquello sobre lo que juzga (la matanza brutal e indiscriminada de cientos de personas) debería estar sometido a uno de los siguientes estándares morales, ambos con rango de orden, de mandato. Uno, el imperativo moral hipotético, cuando lo juzgado puede someterse a duda: según sean los protagonistas, según las víctimas, según las costumbres, las necesidades, el peso de la historia. Así, se formulan diferentes hipótesis relativas al juicio moral que un acto merezca. Si Kant fuera gallego, quizá dijera que, en esos casos, juicio moral «depende». La segunda alternativa consiste en activar un imperativo moral categórico: hay juicios que caen por su propio peso; ni el estereotipo de la galleguidad conseguiría que «dependan» de nada. El juicio no se elabora, brota. Es fruto natural de nuestra autonomía moral. Te lo encuentras aunque no lo busques. Se desencadena sin hipótesis a considerar. No es sino una consecuencia inevitable de la humana dignidad. Y no está sometido a casuística ni es contingente a las circunstancias. Creo que Kant diría que nada, absolutamente nada, aliviaría el balance moral propiciado por la matanza de Hamás. Ahí, el mal no es una hipótesis, es una certeza autoevidente.

Algunos alegatos equiparan la matanza de Hamás con una suerte de «legítima defensa» ante una histórica opresión. Otros insisten en que Israel «tiene derecho a defenderse». La venerable institución jurídica de la defensa propia sería aplicable a la reacción inmediata y actual ante una agresión. Me asaltan, me defiendo. Pero cuando ha pasado el tiempo y voy a casa de mi agresor a devolverle su ataque, la respuesta ya es planificada, premeditada, alevosa. La legitima defensa ha degenerado en venganza. Y tengo entendido que una de las primeras lecciones de Derecho Penal explica como gran logro civilizatorio que la Justicia y su aplicación huyan de la venganza como de la peste. Se demanda retribución a través de la pena; no el intercambio de roles entre víctimas y asesinos. Y, además, se nos ordena «no tomar la justicia por nuestra propia mano». Así que, según creo, Kant no sería nada benigno en su diagnóstico moral sobre la matanza de Hamás. Sin peros ni condicionales. Pero menos lo sería con Israel.

Supongamos que todo lo anterior no ha sido dicho, o que fuera erróneo. Eliminémoslo de la ecuación. Y pensemos que cuando se dice «Israel tiene derecho a defenderse» tal aseveración implique hacerlo como lo está haciendo. De modo sistemático, ordenado, estratégico, profesional. Admitamos por un momento la ética de la venganza. Espero que el amable lector acuerde conmigo que, incluso así, exigiríamos a esta un criterio de proporcionalidad. Al fin y al cabo, disponemos del bíblico rasero: «Ojo por ojo y diente por diente». ¿Cuantos ojos y dentaduras de ventaja lleva a estas horas Israel? ¿Cuantos muertos inocentes demanda Israel por encima de los propios? Ese siniestro punto de «equilibrio» habría sido ya superado en muchos millares. Parece, entonces, que el Estado hebreo considera su represalia como un imperativo moral hipotético, opcional. Y la hipótesis que más le seduce es transitar desde la autodefensa, a través de la venganza, hasta el exterminio. Está claro que no florece en su jardín la orden incondicional del «no matarás», ni el rechazo moral asociado. Ellos, y los que como ellos estén sordos a esa voz interior, que se lo hagan mirar. Tal vez, al albur de alguna de estas pausas en la barbarie, tengan tiempo para pedirle cita a su conciencia.