Aquella curva, aquel tren

Abel Veiga EN VIVO

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

26 jul 2023 . Actualizado a las 09:07 h.

Pasan los años, pasan los días, quizá solo el tiempo mitiga, mínimamente el dolor, el punzón amargo que la tragedia clavó sin compasión. Ochenta víctimas, ochenta personas, ochenta nombres, ochenta familias. Rotas. Absolutamente devastadas. Casi ciento cincuenta heridos. Apenas a unos metros ya de Santiago. De la alegría y la luz de unos días festivos que se tornaron lúgubres, llenos de impotencia y desgarro. Llenos de incredulidad y pesadumbre. Han pasado diez años, pero cada año duele. El olvido no muere. El día que lo hiciere moriríamos, pero sobre todo, no muere para quienes han perdido a sus seres queridos. Ese dolor es inimitable. Es infinito. Como la angustia. La que sienten los heridos que salvaron sus vidas.

En el recuerdo la inmensa solidaridad de aquellos instantes, de aquellas horas de compungimiento y rabia. De una lucha contrarreloj para recuperar cuerpos, salvar vidas, trasladar a los heridos, preguntar qué sucedió, cómo sucedió. Hoy, desde la fría distancia de los hechos, desde la cadencia del relato, desde la búsqueda de las causas, todo se dirime en un juicio que lleva meses y por donde han pasado cientos de testigos y donde todo termina focalizándose hacia una dirección. Qué falló y por qué y a qué se debió es una pregunta que seguirá latente y martilleando a quiénes enterraron a sus seres queridos. Hemos escuchado, leído y aceptado, a la vez que rechazado algunas versiones. Hemos visto cómo lo político y las comisiones de investigación han navegado en una zona gris e intermedia, la de la equidistancia. Hemos visto como incluso ha existido un documental y un posicionamiento firme de Bruselas, pero también hemos comprobado cómo algunos focos se han apagado y tratado de silenciar o ser indiferentes. Y eso es dolor. Más dolor. Por que no todas las víctimas se conforman o aceptan absolutamente lo que se ha dicho y se pretende. Han pedido ir más allá. Hemos vivido tensiones. Manifestaciones. Medallas y desafecciones. Silencios y abucheos. Rabia contenida y ojos vidriosos. Los del dolor. Los del perdón a aquellos que han querido ser perdonados. Hemos visto en las declaraciones ante el tribunal cómo algunos han salido por otras puertas y no han aguantado la mirada de las familias. Y a un maquinista también roto.

Solo hay algo que mitiga el dolor y el desgarro, la verdad. La verdad y la justicia. Se la debemos a muchos. Y a nosotros mismos. A todos.