Me ocurre con mucha frecuencia en las tertulias de verdad, las de los bares, no las de Ana Rosa. Gente inteligente y empática, que suele trata con jóvenes, incurren en el «cualquier tiempo pasado fue mejor». La nostalgia es poderosa. Y el paso del tiempo endulza los recuerdos. Convierte hechos dudosos en mitos, imposibles de superar por los claroscuros del presente.
Los datos desmienten esos pronunciamientos. El ser humano nunca había vivido mejor. Evidentemente, hay áreas en las que esa afirmación es dudosa. Sobre todo si miramos a los dirigentes de las grandes potencias del mundo. Y al hecho de que una desgracia humana como Donald Trump, un niño rico reconvertido en estrella de reality y en trol de internet, pudiera haber sido presidente de Estados Unidos.
Casi siete años después, aún sufrimos por aquella malhadada elección, influida por todo tipo de mecanismos perversos en las redes sociales y por un populismo extremo. El odio a Hillary Clinton y la falsa antipolítica fueron más fuertes que la execrable personalidad del magnate y mangante neoyorquino. Hoy tememos que pueda reeditarse. Que vuelva el mentiroso en jefe. Pero es un temor infundado. Con Trump de candidato, los republicanos están condenados a una derrota tan predecible a como el desplome de Twitter a manos de Elon Musk.