Una demora que no agrave el problema del paciente

Rosendo Bugarín MÉDICO DE FAMILIA

OPINIÓN

30 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En principio, de forma genérica, tengo que decir que la respuesta es fácil: únicamente sería admisible una demora que no cambie, para mal, el curso evolutivo del problema de salud que sufre el paciente, es decir, que no agrave su pronóstico. Por este motivo, por ejemplo, se han desarrollado en los servicios de urgencias sistemas de clasificación de tal manera que sus usuarios no son atendidos por orden de llegada, sino que se priorizan en función del tiempo de espera máximo que admite cada situación: a algunos será necesario atenderles de forma inmediata, mientras que otros admiten un retraso de horas e, incluso, en muchos casos no sería necesaria una atención urgente en el sentido de que no se verían perjudicados por esperar más de 24 horas.

Sin embargo, la realidad no es tan sencilla, básicamente por dos motivos. El primero de ellos viene dado por la principal característica de la medicina en general y de la medicina de familia en particular: la incertidumbre. Determinar cómo se va a comportar en el futuro una dolencia depende de muchos factores, entre ellos la variabilidad biológica; por ello, siempre debemos tener presente que atendemos a enfermos y no a enfermedades. Naturalmente, a nadie se le escapa que cuanto mayor sea el retraso en la atención, más difícil será determinar su evolución, de igual manera que acontece, por ejemplo, con las predicciones meteorológicas a medio y largo plazo. Ahora bien, también hay que decir que la inmediatez es a veces perjudicial ya que los síntomas iniciales pueden mostrarse demasiado vagos e inespecíficos, lo que nos puede llevar a errores al ser muy difícil o imposible el diagnóstico. Además, muchos problemas de salud tienden, con el paso del tiempo, a la resolución espontánea. Ya lo decía, con cierta ironía, Voltaire: «El arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientas la naturaleza cura la enfermedad».

Bromas aparte, la segunda característica cardinal de la medicina de familia —sin duda, más que ninguna otra especialidad médica— es la gran heterogeneidad en nuestra labor del día a día. Hacemos promoción y prevención, asistencia a la persona con cualquier problema biopsicosocial, así como atención a la familia y a la comunidad, y todo esto lo podemos llevar a cabo en el propio centro, en los domicilios de los pacientes e incluso de forma telefónica. Lógicamente, estas actividades admiten demoras muy variables; es irrelevante, por ejemplo, retrasar una vacuna un mes y ya no digamos el control anual del colesterol, pero un dolor torácico debemos atenderlo en el día. También somos la especialidad con mayor carga burocrática, un porcentaje muy importante de nuestro tiempo lo dedicamos a labores administrativas y esta actividad sí que no ofrece ningún tipo de incertidumbre: en situaciones críticas de falta de facultativos, al menos desde el punto de vista estrictamente clínico, podría retrasarse sine die.