Comprar más barato no implica peor alimentación

Rosendo Bugarín MÉDICO DE FAMILIA

OPINIÓN

28 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Es obvio que la crisis económica, con un incremento desmesurado de la inflación, resta poder adquisitivo a la población —la empobrece—, lo que se traduce en cambios significativos en los hábitos de consumo, incluidos los alimentarios. Lo que no tengo tan claro es si dichos cambios tienen un impacto negativo sobre la salud.

En efecto, con carácter general la tendencia favorece la compra de productos de menor valor nutritivo, como alimentos ultraprocesados e hipercalóricos, y disminuye la adquisición de alimentos frescos como las frutas, los pescados, las verduras y las hortalizas, lo que contribuye a fomentar una alimentación poco saludable. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que los principales problemas de alimentación en los países occidentales vienen dados por los excesos que, junto con el sedentarismo, conducen a la obesidad y otros problemas de salud, siendo mucho menos frecuentes, incluso anecdóticos, aquellos relacionados con la desnutrición.

En cualquier caso, las crisis hay que considerarlas en clave de oportunidad: abaratar la cesta de la compra no implica necesariamente una peor alimentación, sino que incluso, con sentidiño, podría suponer todo lo contrario.

Veamos algunas propuestas al respecto. Para empezar, ¿por qué no beber agua del grifo? Las aguas minerales no aportan ninguna ventaja sobre la de la traída; por otra parte, es el momento ideal para suprimir los refrescos. Las bebidas alcohólicas tampoco aportan beneficios nutritivos, las consumimos en exceso y son caras.

Ingerimos demasiados alimentos de origen animal. Podemos disminuir el número de raciones semanales de carne, sobre todo de carnes rojas, priorizando las blancas (que son más baratas y saludables) y los pescados azules. También es básico reducir los embutidos y podemos cambiar los yogures de frutas por los naturales no edulcorados.

No es necesario comer galletas o croissants en el desayuno, las tostadas de pan (fundamentalmente integral) son suficientes. Naturalmente, el consumo de pasteles (y ya no digamos bollería industrial) debería ser excepcional.

Los alimentos congelados son más económicos que los frescos y, si se ha conservado bien la cadena de frío, tienen el mismo valor nutricional.

Por último, cocinar en casa es más saludable y barato que comprar alimentos precocinados y que comer en un restaurante. Y en aras a la sostenibilidad, y para no desperdiciar comida, si salimos a comer fuera no dudemos en solicitar lo que nos haya sobrado para aprovecharlo posteriormente en el domicilio.