Medea en Muimenta

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA CRIMINAL DE LA USC

OPINIÓN

María Pedreda

13 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre que los padres acaban con la vida de sus hijos, nuestros cerebros, esto es, nuestras cogniciones y emociones, entran en shock: quizás sean las conductas que peor entendemos, que más despiertan en nosotros los ecos de lo antinatural, de la fractura de lo esperable, el derrumbe de las reglas usuales que rigen nuestra comprensión de la vida y, peor, de eso que llamamos amor. Y todo ello se amplifica si son las madres las responsables. Pero, para decepción de románticos y sus mitos asociados, si finalmente quedase probado que la madre de Desirée la mató, aún siendo terrible, no sería nada desconocido. Pocas novedades hay en el mundo del mal. Y para mitos iluminadores, los de las tragedias griegas: Medea se enamoró de Jasón, y huyó con él tras ser cómplice en la captura del vellocino de oro. El argonauta, Jasón, la abandona años más tarde, y se va con la hija del rey de Corinto. Medea, en la cumbre de su despecho, degolla a los hijos que había tenido con Jasón. Y esa historia se repite y se repite. Claro que cada una es diferente; pero todas son iguales: la fantasía homicida que los ejecutores (ellos y ellas) albergan es básicamente la misma. Resentimiento, venganza, viejos amores mutados en odios y rencores. Tanto se reproduce la historia que hasta tiene su propia etiqueta en el mundo del crimen: el síndrome de Medea. O, en términos más prosaicos, violencia vicaria. Destruyo a ella, destruyo a él, borrando tus huellas, negando tu extensión, cegando tu recuerdo: matando lo que amas por no amarme a mí. El colmo del narcisismo vulnerado. Y tampoco es extraño el suicidio, o su intento, posterior al asesinato. Cálculos recientes estiman que alrededor del 20 % de las madres y del 50 % de los padres en ese supuesto acaban quitándose la vida. Muerte que llama a muerte. El tánatos extendido a la autodestrucción. Es interesante reparar en que, aunque el 95 % de los asesinatos globales son obra de varones, en cuanto a los filicidios muchos estudios apuntan a una distribución bastante similar entre padres y madres. Buena pista para indagar en las desregulaciones emocionales implicadas en ese paisaje mental. También interesará al lector saber que los demás, los espectadores, en coherencia con los estereotipos culturales ad hoc, cuando la asesina es ella tendemos a pensar que está «loca», mientras que cuando es obra de él, suponemos mayoritariamente que se trata de un «malvado». Como sí ciertos niveles de maldad no estuvieran ya, en sí mismos, muy lejos del perímetro de la razón. Pero eso es ya para otra discusión. Descansa en paz, Desirée. [Vaya este texto in memoriam de Cholo, mi hermano, a quién el covid nos acaba de arrebatar].