Una víctima del accidente del Alvia: «Sobrevivir es una cuestión de suerte, lo difícil es lo que viene después en los juzgados»

Sara Pérez Peral
Sara Pérez REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

José Antonio Gayoso, víctima del accidente del tren Alvia, este jueves en A Coruña
José Antonio Gayoso, víctima del accidente del tren Alvia, este jueves en A Coruña CESAR QUIAN

José Antonio Gayoso viajaba en el tren que hace diez años descarriló en Angrois cuando iba a 179 kilómetros por hora

23 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cuánto tiempo puedo vivir sin respirar? Ese fue el primer pensamiento de José Antonio Gayoso cuando recuperó el conocimiento la tarde del 24 de julio del 2013, después de que el tren Alvia en el que viajaba descarrilase en Angrois. Por eso la primera bocanada de aire, aun llena de polvo, fue una alegría. Lo siguiente fue sentir cómo una mano lo liberaba de una posición de la que no creía ser capaz de recomponerse: las piernas volvían al suelo, dejaban las alturas y, a gatas y a oscuras, salía del coche.

No era la primera vez que perdía y recobraba el sentido. Tampoco la primera que sobrevivía. Como policía nacional destinado en San Sebastián entre 1986 y 1991, ese fue su día a día. El primer atentado lo vivió la noche antes de su cumpleaños, el 5 de febrero de 1991. El bloque de viviendas del cuerpo en Pasajes en el que vivía se había convertido en diana de los etarras, que dejaron una bolsa con explosivos. Ese lo denunció él, porque habían destrozado su coche. Los siguientes fueron muchos intentos de, que al final abortaron. Pero la primera vez que perdió el conocimiento fue en un traslado de un preso, en el año 2009, cuando un coche los embistió y él se llevó todo el golpe.

De hecho, cuando se subió a ese Alvia, José Antonio Gayoso venía de una vista en la que se había juzgado ese accidente, con unos papeles que para él eran muy importantes. Tanto lo eran que se levantó a colocar la mochila negra en la que los había guardado, que se estaba cayendo. Aún no sabía que estaba entrando en la curva de Angrois, y que el convoy había comenzado a descarrilar.

El instinto

Por todo esto, por lo que vivió, cuando salió del tren pensaba que se trataba de un atentado. Y de que tenía que irse rápido de allí, porque ese era el protocolo que había interiorizado en sus cinco años de policía en el País Vasco, y sin que le hiciesen fotos. Así que se cubrió la cara con el brazo. «Con ETA, si sobrevivías a un atentado terminaban encontrando la forma de acabar contigo. Empapelaban la ciudad con tu cara, te ametrallaban», dice. Así que después de llamar a casa para contarles lo que había pasado y que él estaba bien, subió por el terraplén —«sin dolor, porque en aquel momento no me dolía nada»— y se marchó en un coche de policía al hospital. No se identificó, porque había otros heridos y no se sentía seguro.

Ahora, diez años después, José Antonio Gayoso logra encontrar las similitudes entre unos accidentes y otros: «Las instituciones no dan una respuesta, la Justicia no repara y políticamente se premia a los causantes». «Sobrevivir es una cuestión de suerte, lo difícil es lo que viene después en los juzgados», afirma. Su estrategia es la de normalizar y relativizar todo lo que le ha tocado vivir para seguir adelante —«no soy nadie extraordinario»—. Tampoco ha dejado de subirse a un tren: «¿Cómo voy a no ir en tren? Recorrí Europa en tren cuando era un niño». En San Sebastián, ahora es capaz de pasar por calles que guardan lo peor de unos años y sentir que lo ha superado. Con el tren, espera que vuelva a pasarle lo mismo.