Iban Zaldua: «La ficción funciona cuando te revela una verdad»

FUGAS

Eli Zaldua

Castañas letales, gusanos de seda, lectores y «gudaris», y el poder de Kafka y de Twitter brillan como el asombro engarzado en lo cotidiano en el volumen de cuentos «A escondidas», que revela esa otra realidad que vive bajo la que está a primera vista

19 ene 2024 . Actualizado a las 16:07 h.

Mentiras, mentiras, mentiras nos contó el singular cuentista Iban Zaldua (San Sebastián, 1966) en un libro que tiene más de veinte años. A escondidas nos lleva, esta vez, donde lo doméstico y lo insólito, lo natural y lo fantástico, desarman sus diferencias, se hablan de cerca y se entienden. La familiaridad de Iban Zaldua es una ironía.

Ojo, al final del relato El traductor de Kafka, página 147, hay un mensaje para ti.

—¿Por qué «A escondidas»?, ¿anda el escritor un poco a escondidas para cazar puntos de vista interesantes, detalles, para contar una historia?

A escondidas tiene que ver con algo que está en todos los cuentos de este libro. Debajo de lo que conocemos como realidad hay otra oculta. Los cuentos están dirigidos a revelar esa realidad escondida.

­—No hay una sola cosa escondida en ellos, son varias. Son cuentos como con latidos múltiples.

—Es un recurso clásico. A veces el cuento cuenta dos historias, la que está más a la luz y otra que emerge debajo. Un cuento como Guerras civiles, con esas tropas emboscadas en los montes vascos... tiene mucho que ver con la manera de ver el género del cuento; debe haber una sorpresa, o varias. Y tiene que ver con las vicisitudes de los personajes.

­—Vicisitudes corrientes. Territorio cotidiano. Alguien que escribe sobre una olla exprés o sobre la compra en el Eroski, alguien que elige escribir con los mimbres de lo doméstico, no hace una elección ni común ni casual...

—No, no es casual. Este es un libro de cuentos fantástico, pero que tiene que ver con cosas que vivimos todos los días. La literatura fantástica que me interesa es la que parte de lo real, de lo cotidiano, de lo social; la que tiene un anclaje con la vida. No me interesa la literatura como un ejercicio de escapismo.

­—¿Dónde se inspira uno?

—Aquí está presente en autores como Kafka; en la literatura misma, ¿no? Uno de los alimentos nutritivos del escritor es lo que le cuentan, el cotilleo de los demás, y luego se alimenta de la vida propia. La vida propia tiene que ser una plataforma para ir más allá. Porque esa vida no suele ser interesante, pero este es el material del que partimos todos los escritores.

—Contar es ir más lejos. Me fascina el cuento «Cuando me prohibió leer en la cama», donde lo trivial es esencial, ¿no? ¿Quizá una relación de pareja se puede medir por si se puede leer en la cama? Hay muchos gusanos de seda en el cuento.

—En ese cuento hay muchas historias, sí, cajas chinas, matrioskas. Va de esos momentos de iluminación en negativo que tenemos en la vida de pareja, pero no solo, también en la vida familiar, en el trabajo o con las amistades..., cuando ves algo que no se ha revelado hasta ese momento y con lo cual todo cambia, que te hace releer toda la historia que has tenido con esa persona. ­

—«Ahí están mis otros yoes, desperdigados por las distintas habitaciones, algunos leyendo, otros viendo la tele o escuchando música, otros haciendo alguna tarea doméstica». ¿Es difícil conocerse? En tu caso, la identidad, que despliega su complejidad con humor en estos cuentos,  siempre guarda un claro componente político.

—Las relaciones sociales son complicadas y luego están las relaciones con uno mismo. Me fascina mucho la gente que es de una pieza, o que parece que lo es, o que parece que siempre está de acuerdo consigo misma...

—¿Pero a los de una pieza te los crees?

—Sí, pero no es mi caso... La lucha que tenemos con nosotros mismos y los errores que cometemos una y otra vez es un tema muy literario. Y yo lo he entreverado con otra cuestión, que ha sido una constante en mi literatura, el conflicto vasco.

—¿Se puede, al fin, hablar y escribir de ello sin miedo, con transparencia?

—Sí, pero creo que antes se podía hablar y se hablaba, pese a lo que se ha vendido. Se ha hecho bastante literatura en tiempo presente sobre el conflicto vasco, pero mucha se ha hecho en euskera y no ha traspasado la barrera del idioma hacia el castellano. Yo tengo una perspectiva diferente del bum de los últimos años... Es verdad que han cambiado las circunstancias políticas. Que ETA haya dejado de asesinar ha planteado otro escenario a la hora de escribir, no solo porque haya más tranquilidad, sino porque cambia la manera de hablar sobre el tema, que se plantea más desde un punto de vista histórico.

—Manda la ironía en el cuento «La entrevista». «Enseguida se dio cuenta de que aquella entrevista no iba a ser fácil...». ¿También a ti se te ocurren las mejores respuestas, como al personaje, una vez que la entrevista se acabó?

—Sí. Esa es una afirmación que tiene que ver de alguna manera con lo autobiográfico. Creo que lo decía Borges: «A mí si me dan tiempo puedo parecer inteligente». En lo inmediato, es fácil perderse, no dar fácilmente con la idea precisa.

—¿Qué herida está cerrada en España? ¿La de la guerra civil? ¿Se puede cerrar la herida de los años de plomo con la literatura?

—Hombre, no lo sé... La literatura, como decía Edurne Portela, tiene una función. Es una manera de acercarse a los hechos políticos, históricos, dolorosos, de una manera empática, poniéndose en el lugar del otro, en esos lugares en los que en la vida civil no tendemos a ponernos. La literatura puede ponernos allí casi sin que nos demos cuenta por esa magia que tiene. Pero crear un consenso no me parece que sea labor de la literatura. La literatura puede ayudar, pero este es un trabajo más de historiadores, de pesos políticos en las instituciones, de periodistas... No de lo que tiene que ver con la ficción, sino más con lo real civil. Yo soy bastante pesimista con la historia de España de los últimos 80 o 90 años. Si con la guerra civil y el franquismo no hemos llegado aún a ese acuerdo...

—¿«La no ficción no existe, todo es ficción», como dice Eduardo Halfon?

—No acabo de estar muy de acuerdo con eso. Entiendo que no existe la objetividad pura. Hay que ser cautelosos. Pero hay ciertos géneros en los que, aunque sepamos no sea posible la objetividad, hay que tener esa guía... En cambio, es en el campo de la ficción donde cabe la subjetividad, donde todos los meandros y las dudas se pueden convertir en algo material. Yo soy más moderno que posmoderno. Hay que tender hacia la objetividad cuando estemos escribiendo ensayo, opinión. Otra cosa es la ficción, que es donde nos podemos soltar más...

—Y a veces se llega por ese camino de la ficción a conclusiones más objetivas. 

—Yo creo que la ficción funciona cuando te revela algún tipo de verdad. Pero la manera que tiene la ficción de revelarte la verdad es más sinuosa. Son modos diferentes de llegar a la verdad. Una ficción que no contenga algún tipo de verdad en su interior es menos válida que la que sí la contiene. 

—Es reveladora la cita de Carmen Martín Gaite que incluyes como umbral de los cuentos: «Balbuceo del ser al no ser. El texto tiene que ser mero trasunto de esa elaboración escondida. Sacar algo del caos es traicionar ese caos...». Estos cuentos hablan de esa nebulosa.

—Los cuentos hablan, al final, de eso, ¿cómo se transforma la vida en literatura? A mí me interesa esa alquimia que se produce a partir de lo cotidiano de la vida. Creo que la ficción puede tener la virtud de, de alguna manera, dotar de sentido. Me interesa la propia realidad que emerge de la ficción, de la literatura. La literatura es una realidad paralela. La literatura me ayuda a vivir y me ayuda a pensar. Y la vida misma me ayuda a hacer literatura...