La madrugada en la que el boxeo cambió el mundo

La Voz MIGUEL SESÉ | COLPISA

DEPORTES

Se cumplen cuatro décadas del Foreman-Ali, conocido como «Rumble in the jungle» y que elevó el pugilismo a los altares del deporte y de la mercadotecnia

30 oct 2014 . Actualizado a las 18:48 h.

«Si usted piensa que el mundo se sorprendió por la dimisión de Nixon, espere su reacción al verme a mí boxear contra Foreman». Muhammed Ali se convirtió hace justo 40 años en la persona más conocida del mundo.

Por encima del presidente de los Estados Unidos en incluso del papa, según los estudios de la época. Y es que aquella noche africana cambió para siempre su vida, la del boxeo e incluso la forma de entender el deporte, pasando de ser un entretenimiento a convertirse en uno de los motores económicos del mundo contemporáneo. Se llamó Rumble in the jungle -rugido en la selva- y pese a no ser considerada la pelea del siglo, galardón honorífico que recae en el primer Ali-Frazier, sí supuso un antes y un después en la maquinaria de promoción de eventos, la gestión de herramientas de marketing y también en los derechos televisivos. Bob Arum, ahora promotor exitoso de boxeadores como Manny Pacquiao, era el abogado de Clay, pero carecía de los cinco millones que pedían, por adelantado, los dos peleadores para estampar su rúbrica en el contrato. Esto llegó a los oídos de Don King, que una década antes de hacerse con el destino de Mike Tyson ya escalaba en los despachos. Él tampoco disponía de semejante cantidad, pero era el momento perfecto para saltar al primero plano y, ni corto ni perezoso, antepuso los símbolos del dólar a cualquier otro factor y se dirigió al dictador zaireño Mobutu Sese Seko. Este vio en la velada la ocasión para promocionar su país (ahora República Democrática del Congo) y dar una ficticia sensación de apertura de su régimen, por lo que sacó la chequera y se llevó a África el evento. El guion estaba claro. Foreman era el campeón, estaba invicto, tenía una pegada descomunal y era el claro favorito frente a un Ali cuyo carisma no paraba de dispararse pero que ya acumulaba dos derrotas en el profesionalismo y que había perdido parte de su eléctrica movilidad.

Además, había serias dudas acerca de si sería capaz de soportar la potencia de los golpes de big George. Fue esa aparente inferioridad la que espoleó al púgil de Louisville para realizar en Kinshasa una de las mayores campañas de captación de aficionados y acompañarla de una de las grandes proezas de la historia del deporte. Y como toda película, tuvo un desenlace inesperado.

Imagen irreal y cosmopolita

El país estaba volcado en fastuosos espectáculos para transmitir al mundo una imagen irreal y cosmopolita. Junto al combate, planeado para el 25 de septiembre, se habían programado eventos de toda índole bajo el nombre de Zaire'74, con exposiciones, eventos e incluso una reunión de músicos afroamericanos en un festival que contó, entre otros, con James Brown y B.B. King. Todo transcurría con normalidad, pero un corte en la zona ocular de Foreman obligó a posponer el combate hasta cinco semanas después. Ali olió la sangre y comenzó con sus habituales escandaleras.

Se dejó ver casi a diario y en cualquier soporte posible insultando al rival, menospreciando su pegada y ganándose el corazón de los aficionados locales. Todo esto convirtió a Foreman, por entonces con un carácter hosco y fama de antipático, en el enemigo del pueblo. Y a Ali en su salvador.

Llegó la madrugada del combate, que se disputó a las cuatro de la madrugada por exigencias de la televisión americana, que había pagado mucho por retransmitir el acontecimiento, al contrario que la local, que se quedó sin su emisión. Foreman tuvo esperando a aspirante ocho minutos como un león enjaulado entre las cuerdas, y éste aprovechó para ganarse por completo a las 60.000 personas que abarrotaban el recinto y que gritaban al unísono Ali, Bomayé -Ali, mátalo-. Sonó la campana, Ali comenzó a bailar y Foreman a recortar las salidas. Los periodistas estaban en lo cierto, big George empezó a golpear como una mula mientras que el eterno pupilo de Angelo Dundee no tenía las piernas de otras ocasiones. Pintaban mal las cosas para él, y el campeón se relamía pensando que saldría de la encerrona africana reforzado en su papel de invicto. Lo tiró todo durante seis asaltos que se le hicieron eternos al retador, recostado la mayor parte del tiempo contra las cuerdas y soltando algunas manos furtivas para evitar el fatal desenlace. Sin embargo, se tragó todos y cada uno de los golpes sin pestañear mientras que Foreman comenzaba a cansarse. En el octavo Ali había abandonado las cuerdas y le disputaba ya el centro del ring a su fatigado enemigo.

El griterío era ensordecedor y la historia del boxeo se estaba volteando gracias a la martilleante izquierda de Clay. Foreman buscaba aire donde no lo había, descuidó su guardia buscando resuello y se encontró con un derechazo que ya es historia. Se fue al suelo y sólo pudo levantarse cuando el árbitro contaba diez. Kinshasa estalló, Ali se disparó como un icono mundial y Foreman colgó los guantes durante más de un año, se hizo predicador y transformó su carácter en el de una persona afable y carismática. Todos ganaron aquella noche de hace 40 años inmortalizada en el documental Cuando fuimos reyes y que cambió para siempre la forma de entender el deporte profesional.