Luis Busto Martín: «De pequeño jugaba con la Nintendo y ahora opero con el Da Vinci»

A CORUÑA

El urólogo Luis Busto Martín, en la clínica que comparte con su padre, Busto Castañón, en A Coruña
El urólogo Luis Busto Martín, en la clínica que comparte con su padre, Busto Castañón, en A Coruña ÁNGEL MANSO

Tiene 40 años, novia, una colección de vinilos y es urólogo

07 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Le apasiona la música electrónica, toca la guitarra, llegó a sacar un disco con un colega... pero sobre todo es urólogo. «Por ahora no tuve que atender a ningún amigo, pero a algún padre de colegas, sí», comenta sonriente Luis Busto Martín. Lo del segundo apellido no es un tema menor porque trabaja con su padre, Luis Busto Castañón, en la misma clínica. «Cuando alguien pide cita con uno de nosotros se le pregunta ‘¿Martín o Castañón?' Nunca tuvimos ningún problema. Mi padre está encantado de que trabaje con él, que siempre ha sido mi maestro y orientador», destaca Busto hijo. Tiene 40 años, novia, y cientos de vinilos. Estudió en Santa María del Mar y tuvo claro lo de hacer Medicina, aunque dice que no tanto la especialidad a pesar de la influencia paterna. «Hice la carrera en Pamplona y fui decantándome por Urología por descarte de otras y porque cada vez me pareció más interesante», recuerda. Estuvo un lustro de residente en el Chuac antes de emprender una aventura alemana de unos cinco años que dice que fue una gran experiencia. Y todo sin separarse nunca de la música. «Pero se me daba mejor la Biología o la Química que la guitarra. La música para vivir no», apunta.

El hospital de Hamburgo

Hoy en día tiene claro que no cambiaría su especialidad por otra. «Además, tiene una parte de robótica que siempre me atrajo. De pequeño jugaba con la Nintendo y ahora opero con el Da Vinci. Los aparatos son algo que me gustó desde que tengo uso de razón», asegura este profesional que combina su trabajo en el Modelo con la consulta privada de Maestro Mateo, en la que está con su padre. Tras la etapa de residente continuó la formación en Burdeos con el doctor Richard Gaston, un referente mundial en oncología urológica. «Por una novia me fui a Alemania. Primero a Berlín y después a Hamburgo, al Martini Kilinik, que es el centro de referencia de toda Alemania en cáncer de próstata. Cuentan con cuatro robots Da Vinci y es el que más operaciones hace del mundo. Fue una etapa increíble, aunque tardé un año en poder trabajar por el tema de convalidar los títulos. Finalmente, acabé el doctorado en Hamburgo, aprovechando el tiempo que tenía libre», recuerda. Como a tantas y tantas personas, el covid le influyó en su vida y en su carrera profesional. Con la pandemia decidió volver a casa. «Me pasé cinco años fuera, visité lo que tenía que visitar, salí lo que tenía que salir, fui a cantidad de conciertos que me apetecía y me formé. Así que había llegado el momento de continuar con la clínica de mi padre», confiesa.

Disco con un anestesista

El parón de la pandemia lo aprovechó para cambiar de vida y para lanzar un disco con Miguel, un colega anestesista del San Rafael y apasionado de la música electrónica [me enseña fotos de ambos con los teclados y sintetizadores]. «Es de música underground, no es muy comercial», asegura. Cada uno tiene sus gustos musicales, pero lo que no es opcional es cuidar la salud. «Todo el mundo tiene miedo a mirarse, pero a partir de los 50 años hay que ir anualmente al urólogo. Yo siempre digo que es como ir a pasar la ITV con el coche, lo normal es que no haya ningún problema o algo menor fácil de solucionar. Puedes evitar cosas peores con las revisiones», aconseja Luis Busto Martín, un coruñés que con 32 años debutó a los mandos de un robot Da Vinci. «Lo más frecuente son cánceres de próstata, se operan todas las semanas. Después, lo que más vemos son piedras en el riñón, infecciones de orina y problemas de erección, tanto en gente de más como de menos de 50 años», asegura. Compartimos café en al Fika de Fernando Macías. «A nivel técnico hay lugares donde hacen más intervenciones, pero no mejor; ni en Hamburgo ni en Nueva York hay robots más modernos que los que tenemos aquí», sentencia mientras apura el café.