Vilagarcía desde el Plaza y desde Al pan pan

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Observando la plaza de Galicia desde los cafés y desde las 36 ventanas de Villa Valentina

14 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre me ha gustado tomar café en la plaza de Galicia. Y tomarlo en una cafetería con grandes cristaleras para observar, comentar y tomarle el pulso a la ciudad. En los 80 y los 90, la cafetería por excelencia para mirar era el Plaza. Hacía chaflán con las calles Castelao y Covadonga y desde sus mesas podías controlar todo lo que pasaba en la ciudad. Al Plaza iban los bancarios, los concejales, los narcos, cuando no se estilaba esa palabra y aún eran presuntos, y los empresarios. Era el café de las citas de negocio y de los encuentros familiares, también se reunían allí los grupos de amigas de la buena sociedad vilagarciana y en verano, los madrileños, que así eran conocidos los turistas, fueran de Madrid o de Zamora, no dejaban de pasar por el Plaza, que provocaba gran asombro entre los forasteros por el lujo de sus butacones de cuero, sus mesas de buena madera y, sobre todo, sus cristaleras inmensas y entretenidas.

Recuerdo las mañanas veraniegas de café y tertulia con mi suegro. Cuando venía a visitarnos a Vilagarcía, había que levantarse temprano para acompañarlo a tomar café al Plaza. Mi suegro solía hablarme de su trabajo como jefe de silo del Servicio Nacional de Productos Agrarios. Eran unas conversaciones sobre cereales que no me interesaban nada. Yo ponía cara de yerno asombrado ante las vicisitudes del trigo, la cebada y el centeno, pero centraba mi atención, disimuladamente, en el ir y venir de fulanito y zutanita, en los personajes y los encuentros de aquella Vilagarcía intensa y emocionante que tanto juego daba para contarla en El Callejón del Viento.

Fue en la cafetería Plaza donde mi suegro me sorprendió una mañana de agosto. Tras 20 años contándome hazañas cerealísticas, me comentó, como quien no quiere la cosa, que, cuando era jefe de silo en Burgos, iba de caza con Miguel Delibes. Yo pegué un respingo en el asiento y dejé de fijarme en lo que pasaba en la Plaza de Galicia. «¿Llevas toda la vida contándome aburridas anécdotas agrarias y ahora descubro que ibas de caza con Delibes?», lo regañé. Y mi suegro, que, efectivamente, cazaba con el escritor cuando controlaba el almacén del trigo de Quintanilla Sobresierra, un pueblo cercano a Sedano, donde pasaba largas temporadas el autor de Las ratas, Cinco horas con Mario, El camino o Diario de un cazador… Mi suegro, digo, le quitó importancia a lo que consideraba una anécdota sin importancia y dio por finalizado el café: «¿Qué importancia tiene con quién cazaba o con quién pescaba? Anda, levántate y vamos a comprar La Voz a ese edificio tan bonito, a la librería de tu compañero».

El edificio tan bonito era uno que estaba y está enfrente del Plaza y que hacía y hace esquina entre la plaza de Galicia y Conde Vallellano. Y la librería era la de José Montáns, que, efectivamente, era compañero mío en el instituto de Fontecarmoa y, además de venderle La Voz de Galicia a mi suegro, le daba conversación durante un rato y charlaban los dos sobre lo divino, sobre lo humano y sobre la cosecha de trigo.

Han pasado los años y ya han fallecido mi suegro y Miguel Delibes. El Servicio Nacional de Productos Agrarios, que no dejaba de ser un monopolio, fue desapareciendo paulatinamente en cuanto entramos en la Unión Europea. Cerró la cafetería Plaza y cerró la librería de Montáns, pero aquel edificio bonito de la esquina de la plaza de Galicia con Conde Vallellano, frente a la antigua sede central de Caixa Vigo en Vilagarcía, sigue en pie. También mantiene la plaza de Galicia su gracia de ágora y mentidero y un servidor sigue disfrutando del placer de tomar un café frente a una gran cristalera que da al epicentro de la ciudad.

Debajo del edificio bonito, abrió hace años un local que se llama Al pan pan y que es a la vez panadería, cafetería y pastelería. No es tan lujoso ni solemne como el Plaza, no lo atienden camareros elegantes y algo distantes y estirados, sino chicas tan cercanas y simpáticas como eficientes y, sobre todo, mantiene algo que tenía el Plaza: unas grandes cristaleras que permiten entretenerse con lo que sucede y discurre por la plaza de Galicia. Frente al lujo impostado de aquella Vilagarcía convulsa y narcotizada del Plaza, la normalidad cotidiana y sencilla de la Vilagarcía de Al pan pan.

La noticia de esta semana es que, más allá de tomar café con vistas, se podrá vivir temporalmente en alguno de los apartamentos que, a partir de junio, se podrán alquilar en el edificio bonito que se veía desde el Plaza y que alberga en el bajo la cafetería, panadería y pastelería Al pan pan. Contaba Serxio González en La Voz que el primer edificio vilagarciano consagrado al alquiler turístico y estacional se llamará Villa Valentina, llevaba 27 años vacío, se levantó en 1957 y tendrá diez apartamentos de una y dos habitaciones en alquiler. Aunque lo mejor es que Villa Valentina tendrá 36 ventanas amplias desde las que se podrá observar todo lo que pasa en la plaza de Galicia, evocar las anécdotas agrarias de mi suegro, las cacerías de perdices de Delibes y las parrafadas entrañables de Montáns.